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◖ 24 ◗  

ALEJANDRA.

Ni siquiera sabía con exactitud en dónde estaba, ni cómo había llegado.

Me había enfrascado tanto en lo que tenía que hacer, en lo que deseaba que sucediera, que todo lo demás pasó a un segundo término; lo único que recordaba era haber salido de mi casa sin decir nada y con nada más que no fueran las llaves del automóvil, y algunos dólares en mis bolsillos. Lo que llamaba hogar estaba envuelto en un rotundo silencio y completamente vacío —o eso me pareció ya que no logré ver a nadie— cuando salí por la puerta principal aquella noche; las luces permanecieron apagadas antes y después de haber asegurado todo con cerrojo, los vecinos que continuaban andando por la acera ni siquiera voltearon a verme o preguntarme hacia dónde me dirigía cuando notaron que me acerqué a mi coche. Suspirando me adentré en él y conduje sin rumbo aparente por muchos minutos, fui consciente de ver como algunas luces se alejaban y otras aparecían frente a mí a lo largo de trayecto. ¿Lo que seguía durante ese viaje? Eran recuerdos borrosos que no lograba distinguir si eran reales o no.

Solo supe que estaba yendo hacia un sitio desconocido, dejando todo lo demás atrás, al igual que a mi cordura.

Pase horas y horas, quizá dando vueltas en círculos o haciendo las compras necesarias para luego detenerme y saber que, por fin, había llegado al deseado y bendito lugar. Con media sonrisa dibujada en mi rostro, salí del carro y contemplé la pintoresca construcción que se había presentando ante mí; una casa blanca de dos pisos rodeada por la oscuridad de la noche, me saludaba con alegría. Los cristales de las ventanas del frente estaban cubiertos por cortinas que me impedirán ver qué se ocultaba detrás de ellos, la única iluminación existente era la de los faroles de la calle y la de un foco de la casa vecina que parecía adentrarse por una de las abertura cuadricular del segundo nivel.

Perfecto.

Los dueños estaban durmiendo. Una gran ventaja para mí.

Después de aquello solo supe que bajé un par de cosas que había comprado con anterioridad y lentamente me fui acercando a la entrada, que contaba con un pequeño portón que chilló cuando lo abrí. Los otros metros cuadrados estaban resguardados por un elevado muro de concreto que le daba un toque de seguridad a la propiedad... aunque nada podría detenerme.

Estaba decidida, esa noche finalizaría una etapa.
Sin molestarme en volver a asegurar la entrada, seguí caminando suponiendo que sería una completa estupidez perder mi tiempo en comprobar si la puerta principal estaba bajo llave. Era altas horas de la madrugada, nadie jamás dejaría su casa sin ponerle aunque fuera un solo cerrojo. Por lo tanto, decidí hacerlo más rápido, y continuar por un costado de la vivienda y rogar que alguna de las ventanas estuviera abierta.

Di unos diez pasos hasta que el sonido de líquido cayendo sobre una superficie me detuvo abruptamente, asustada por ser descubierta; me pegué a la pared más cercana a gran velocidad, queriendo que ésta me tragase y me hiciera parte de ella. Mantuve el aire en mis pulmones hasta que, segundos después, comprendí que ese ruido no provenía desde dentro de esa casa, sino más bien que venía de fuera. Inclinando únicamente mi cabeza hacia adelante pude apreciar una elegante y bonita fuente que expulsaba chorros de agua de su centro y, a su lado, un frondoso árbol le hacia compañía.

— Escasez de decoración, pero lindo patio.— di mi opinión para luego desprenderme de la pared y seguir con mi camino.

Avancé hasta que me encontré con el ventanal de lo que parecía ser la cocina, cruzando los dedos me acerqué a él y solo bastó darle un empujón para que se abriera. Idiotas, no fueron capaces de cerrar con seguro, mejor para mí.

Sonreí con entusiasmo. Todo estaba saliendo mejor de lo que pensé... si era que verdaderamente lo había planeado.

Me adentré sin hacer ruido, frente a mí el contorno de lo que supuse era una larga encimera con electrodomésticos sobre ella y a sus costados, me recibió entre la oscuridad que reinaba a mi alrededor, cosa que no me importó. Últimamente los espacios oscuros y la soledad eran algo que disfrutaba, por esa razón no me había molestado en cargar una linterna o pedirle a alguien que me acompañara. Aunque, tenía mis dudas sobre si había una persona preocupada por mí o por lo que hacia. Sin mencionar que presentía que, si hubiese comentado algo sobre mi idea, solo hubiera obtenido palabras negativas e impedimentos para realizar las cosas que tenía pensado hacer para esa noche en particular.

Mis ojos ya se habían acostumbrado a no recibir claridad, al igual que mi todo yo a no querer ayuda de los demás porque sabía que no pensarían lo mismo.

Negué con la cabeza.

Mi único respaldo era yo.

Salí de la cocina y atravesé un corto pasillo que me dejó frente a la puerta principal, giré hacia la derecha y me encontré con una bonita sala de estar compuesta por adornos pegados en las paredes, un enorme sillón que hacia juego con una mesita redonda, y una grandiosa chimenea empotrada al final de todo. Y justo por encima de mi hombro pude distinguir el barandal de las escaleras que le llevarían a donde quería estar: las habitaciones.

Con sigilo subí los escalones de uno en uno hasta llegar al final de estos, el segundo nivel iniciaba en cuanto tocara el piso de madera que comenzaba y seguía en línea recta por todo el espacio. El suelo crujió debajo de mí cuando avancé lentamente, elevé mi mirada y vi otro pasillo con dos puerta a cada lado. Sabía que no tenía que perder mucho tiempo, ni mucho menos hacer un ruido exagerado que advirtiera mi intromisión, así que por elección abrí la que me quedaba más cerca. Una cama de una plaza cubierta solo de sábanas me recibió.

Y para su suerte, ésta estaba vacía.

Salí y seguí hasta la siguiente, tomé una bocanada de aire y giré el picaporte; en esa habitación había una luz tenue que entraba por la ventana dándome a entender que estaba en el lugar correcto. Sobre la cama matrimonial se hallaba durmiendo plácidamente el maldito bastardo que me arruinó, quien me había arrebatado a mi hermosa Amara.

Andrew Waller.

Así se llamaba la persona que me había quitado todo.

— Aquí estás.— murmuré, viendo como se volteaba hacia un costado y continuaba con su descanso.

Di unos pasos hasta quedar a escasos centímetros de distancia, me dediqué a observar su cuarto y pude comprobar que a ese hombre no le gustaba decorar absolutamente nada; el espacio que se suponía ser sagrado para un ser humano y uno de los lugares más importante de una casa se encontraba casi vacío a excepción de un diminuto armario, la ya dicha cama y una mesita de noche que sostenía una lámpara y un reloj que mostraba la hora con números de color verde.

02:30 A.M.

Vaya, sí que era tarde.

Su celular pareció vibrar sobre la cómoda y ni siquiera eso lo despertó, solo gruñó por lo bajo y frunció el ceño adormilado. El desgraciado tenía el sueño pesado y eso jugaba a mi favor.

No quería que abriera sus ojos, que me viera y que comenzara a gritar preguntas como por qué estaba en su casa a esas horas, y cómo había entrado. Lo mejor sería preparar todo antes de que el supiera de mí. Por lo tanto, deslicé mi mano hasta tocar la parte trasera de mi pantalón y saqué la jeringa que había guardado en el bolsillo; le quité el capuchón y presioné el apoyo del émbolo para que un poco del contenido liquido saliera disparado y así saber que no quedaba aire dentro de ella.

Mi intención no era dañarlo... no de esa forma al menos.

Una vez comprobado que todo estuviera perfectamente bien, me incliné hacia adelante hasta sentir su sucio aliento chocar contra mi piel. Sus gordos labios estaban entreabiertos; los orificios nasales se abrían y cerraban con cada respiración que él daba, sus grandes manos estaban entrelazadas sobre sus abultado pecho. Parte de su mejilla derecha estaba apoyada sobre la almohada, dejándome camino libre hacia su hermoso y apetecible cuello descubierto, ya estaba preparado para mí. Arrugué mi nariz cuando escuché un ronquido, y sin más le clavé la aguja en su piel expuesta, esperando apreciar el gran cambio que eso le causaría a su adorada relajación.

El hijo de puta se removió con intenciones de levantarse, actué rápidamente y me coloqué sobre él pegándolo aun más al colchón y que tuviera oportunidad de ponerse de pie. El sentir su cuerpo casi por completo me hizo saber que había hecho lo correcto, si Andrew hubiera tenido más agilidad para liberarse de mí, estaría en problemas. Estábamos hablando de un hombre adulto y robusto, que podría empujar a una mujer con facilidad. Agradecí atacarlo cuando estaba un tanto adormilado e indefenso, haberle inyectado un tranquilizante había sido la mejor opción. La leve fuerza que ejercía para quitarme poco a poco se acabó y, segundos después, estaba como al comienzo. Cuando casi no sentí resistencia, me alejé de él, dándole la espalda y saliendo de la habitación.

Fui piadosa porque lo dejaría dormir unos minutos más antes de su final, y el no tendría que hacer nada más que no fuera despertar en cuanto se lo pidiera.

Aprovechando el momento, apoyé mi espalda en pared a un lado de la puerta y me relajé un poco antes de bajar y prepararlo todo. Sabía que alguien como él se merecía lo mejor, así que me esmeraría mucho para que estuviera contento. Aunque, por obvias razones, la persona que tendría una de las mejores noches de acción y aventura que hubiera vivido en toda su existencia sería yo, por lo tanto, esperaba que, como mínimo, pudiera disfrutar de sus últimos momentos sin ver una mueca de aburrimiento o desagrado en su rostro. Por más Waller no pudiera sentir mi misma satisfacción después de aquello, tenía que estar presente ya que su participación era primordial en mi idea.

Quisiera o no, él era el actor principal de mi oscura y vengativa obra.

Largué un suspiro antes de erguirme y continuar con mi misión.

Debía de admitir que tenía pequeñas lagunas que me impedían recordarlo todo con claridad, por ejemplo: el cómo conseguí la ubicación de esa casa, era una de ella. ¿Lo había investigado? ¿Días atrás lo había seguido hasta allí? ¿Alguien más me dio el dato sin siquiera ser consciente de todo lo que eso acontecería? Ni siquiera recordaba cuánto tiempo llevaba en eso o si ya lo había planeado el mismo día del fallecimiento de mi querida Amara.

No sabía nada, ni mucho menos lo entendía, pero todo ya estaba en marcha y no podía echarme para atrás, no después de adentrarme a su casa e inyectar a Andrew. Conocía el procedimiento, y no se tenía que ser muy inteligente para saber que, a la mañana siguiente, él se presentaría frente a la comisaría más cercana y haría una denuncia por invasión de propiedad, eso sería solo por empezar. Luego vendrían más nombres de otros delitos, y ¿A quién creen que culparían por eso? ¿Quién sería la primera persona señalada y acusada de esos cargos? Por supuesto que yo, y aunque realmente tuviera la culpa de absolutamente todo, no quería que el mundo entero me tachara como una rebelde sin causa que solo servía para cometer estupideces.

No, yo no quería que me vieran así... yo sí servía para hacer muchas cosas y estaba dispuesta a demostrarlo.

Ni siquiera el no recordar me impidió seguir con lo que estaba haciendo, bajé las escaleras paso a paso y luego otra página cerebral en blanco. El reloj se mantuvo en movimiento al igual que mi anatomía, mis extremidades continuaron deslizándose de un lado a otro. No supe cuántos minutos transcurrieron ni mucho menos qué tanto me había costado bajar el cuerpo dormido hasta el piso de abajo.

El saber cómo sucedieron las cosas era lo de menos, lo importante era que ya estaba todo listo; él, con sus piernas y manos atadas en una silla en el centro de la sala y yo a su frente, con un bidón lleno de gasolina en una mano y un mechero en la otra.

Al comprobar los materiales que estaba utilizando supe para qué usé los billetes que cargaba en mi bolsillo y que habían desaparecido una hora atrás.

Me dediqué a mirarlo por unos segundos, ¿O minutos? No lo tenía claro, solo permanecí de pie viendo como dormía relajadamente y sin preocupaciones. Su pecho subía y bajaba con lentitud; sus ojos parecían moverse debajo de sus párpados y su boca continuó entreabierta como antes.

Andrew no era consciente de lo que pasaba a su alrededor, ni siquiera se había enterado que esa era su última siesta y que debía de aferrarse a ella cuanto pudiera.

Más le valía estar soñando con algo bonito porque, a pesar de todo el daño que me causó, esperaba ser la única que cada noche tuviera que revivir el momento en que su hija moría. Él había estado presente detrás del volante; vio cuando su infantil cuerpo chocó el vehículo, salía disparado hacia adelante y golpeaba brutalmente contra el pavimento. Él lo visualizó todo y dormía tan tranquilamente entretanto yo, que solo podía imaginarme cómo habían sido los hechos realmente, no podía descansar ni media hora antes de que las desagradable pesadillas me consumieran; cada madrugada me despertaba como la frente sudada, el corazón latiendo a mil por horas, las manos temblando, pero sobre todo con el murmullo de su voz pidiendo ayuda cerca de mi oreja. Podía oír su llanto, sus gritos de agonía que me rogaban para que la salvara.

Por esa razón estaba aquella noche en esa casa, para liberar a mi hija y también a mí misma.

Apreté los puños al recordar.

— Alejandra es fuerte, ella puede con eso.— me di apoyo y, a su vez, me auto-convencí de que sí lo haría.

Mi vista viajó una vez más hacia el hombre amarrado, me estaba molestando verlo tan sereno, mientras que yo comenzaba a debatir en si estaba haciendo lo correcto o no.

— Es por nuestra hija...— susurré— Es por nuestra pequeña Amara.

Tragué saliva y me lamí los labios.

Era hora de actuar.

Se me estaba acabando el tiempo, al igual que la paciencia. No podía seguir observándolo durante toda la madrugada por dos razones, la primera; no quería terminar entre las rejas por usurpación de morada, y la segunda; sabía que el efecto del tranquilizante no era tan duradero, aun más por la mínima dosis que le administré.

Teniendo en cuenta eso último, me acerqué a él y comencé a darle pequeñas bofetadas.

— Despierta.— otro golpe— ¡Abre los putos ojos!— otro más, y ese resonó a lo largo de toda la sala.

Unos cinco golpes más y empezó a reaccionar. Movió su cabeza de un lado otro, mientras que balbuceaba cosas inentendibles. Me alejé unos pasos, y destapé el bidón. Sería algo rápido.

Sonreí emocionada cuando se removió y parpadeó.

— Despierta, Bella Durmiente.— le dije, llamando su atención.

Juraba que en el preciso momento en que sus ojos se posaron en los míos, lo vi desfallecer. Su cuerpo se tensó y negó sin siquiera hablar… comprendiendo el por qué de mi presencia en su casa a horas tan tardes de la noche.

— Desáteme, por favor.—rogó.

Mi sonrisa se ensanchó, ¿Acaso no entendía que ninguna palabra suya iba hacer que cambiara de opinión? ¿Creía que con súplicas se salvaría del final de su historia?

Yo había pedido tener a mi hija de regreso, y nadie hizo nada por cumplir mis deseos, ¿Por qué tenía que hacer algo que nadie hizo por mí?

— ¿Me recuerdas?— él asintió— ¿Sabes por qué estoy aquí?

— Por favor. Yo… yo lo siento tanto.

— ¿Lo sientes? No te veo tan dolido.

Era la verdad, nadie más que yo sentía el dolor.

Ninguna otra persona sería capaz de vivir con un enorme vacío en el pecho, ¿Quién podría acostumbrarse a ya no tener a su ser de luz después de haber pasado más de cinco años junto a él? ¿Alguien podría explicar lo que una madre sentía al perder a su único hijo? Nadie más que yo era consciente de todo lo que eso significaba; el despertar y ya no tener compañía con quien desayunar, el ya no poder escuchar «mami»... el ya no poder verla a ella corriendo a abrazarme. Nadie, absolutamente nadie podría jamás entenderme, mucho menos entender mis ideas descabelladas.

Vi lágrimas caer por sus mejillas, y solo provocó que riera a carcajadas.

Patético.

Así se veía el hombre que tenía en frente, quien en otro momento y circunstancia, podría decir que era rudo. Ante mí se mostraba vulnerable y contraído por el miedo; sus ojos brillaban de pánico, su nariz estaba pronta a quedar rojiza por el llanto.

Andrew, quien creía poderoso por haberme arrebatado lo que quería, estaba bajo mi poder.

— Haré lo que quiera, pero, por favor, no me haga daño.— era una lastima que yo no quisiera negociar. ¿Para qué hacerlo? Nada, ni sus palabras o acciones me harían cambiar de opinión.

— Ese es el punto...— chasqueé mi lengua— Quiero hacerte mucho daño.

Sin esperar más, di dos pasos y comencé a verter la gasolina sobre su cuerpo, el líquido se esparció debajo de él hasta crear un enorme charco a su alrededor. El olor le causó tal asco que oí su arcadas mientras que intentaba soltarse de las cuerdas que lo sostenían a la silla. Su robusta anatomía se movió de un lado a otro y supuse que, para ese entonces, sus muñecas estaban al rojo vivo por tanta fricción.

Una vez que ya no hubo ningún contenido, tiré el bidón a un lado y encendí el mechero.

Me perdí inmensamente en él. La llamarada pedía a gritos hacer su trabajo de incendiarlo todo y acabar con ese maldito infeliz de una vez por todas, pero yo quería divertirme un poco más.

Haría de su espera una agonía.

— Es interesante, ¿No?...— hablé, sin dejar de mirar el maravilloso color anaranjado con pequeños toques amarillos.— Que algo tan diminuto como lo es esto, pueda hacer tanto mal.

— Te lo suplico…

— ¿Qué se siente saber que morirás?

— Por favor, aún hay tiempo para que no cometa una locura.

— Tic, tac, el tiempo se agota.

Tal vez la desesperación tomó control en sus palabras cuando dijo:

— ¡Déjame ir, maldita loca!— una sonrisa se posó en mis labios cuando lo oí.

Esa era la respuesta que estaba buscando, la espera había valido la pena.

El enojo y la furia solo me dejaban en claro que estaba aterrado. Ese escudo que creíamos que nos salvaría, era nuestro mayor enemigo porque nos dejaba al descubierto cuando más lo necesitamos. Nada iba a detener que, tarde o temprano, nuestras verdaderas emociones fueran delatadas y salieran a flote, solo bastaba un pequeño apretón, un poco de tormento para que salieran a la luz.

— Sí, estoy loca.— le aseguré. Ni había manera de negar algo tan obvio— Pero es por tu culpa, tú me quitaste lo que me mantenía cuerda.

— Todo pasó muy rápido, no pude verla.— un sollozo salió sin permiso de mi boca.

Me hería el recordarla.

Amara era mi perdición, mi niña preciosa era la única persona que tenía poder en mí. Y sin ella, entonces yo no tenía límite. No había nada que pudiera detenerme.

La demente estaba suelta.

— Era tan hermosa y muy especial. Era mi adoración, mi ángel, era mi todo.

— Ya te pedí perdón, ¡¿Qué más quieres?!—exclamó, agotado.

— Quiero tu muerte.— dije, y le tiré el mechero encendido.

— ¡No!— gritó, antes de convertirse en una bola de fuego.

Quizá seguía gritando, quizá le dolía, pero no fui capaz de notarlo. Perdí mi vista en las llamaradas, y dejé que todo lo malo se quemara en ellas, permití que mi dolor se incendiara y se desintegrara por completo.

Ya había terminado, y por fin me sentía en paz. Luego de haber paso días entre la oscuridad, por fin había hallado la luz… una muy cálida, por supuesto.

Sin mirar atrás, caminé hasta la cocina y salí por donde había entrado.

Inspiré el aire frente de fuera. El cielo nocturno me mostró sus bellas estrellas, y yo solo pude sonreí.

— Todo acabó… ya puedes estar tranquila.— le susurré al aire.

Y ahí fue cuando me liberé de pies a cabeza, sintiendo como el gran peso que cargaba disminuía, hasta ya no quedar rastro de él.

La deuda estaba saldada, y yo estaba feliz por el resultado.


***


Boqueando por aire, me levanté en seco cuando el recuerdo acabó.

Había matado a alguien, había asesinado a quien atropelló a mi hija. Dejé que las llamas del fuego lo azaran vivo y, aún sabiendo que estaba mal, no me sentía culpable.

Andrew Waller. El hombre que había iniciado con mi martirio, había sido calcinado en su propia residencia.

Lo más sorprendente era que esa casa, la que incendié, era la misma en la que yo dormía y despertaba en mi fantasía. Había sido tan macabro y sorprendente todo que todavía no era capaz de aceptarlo; saber que, para ese entonces, el lugar tranquilo y que creía conocido, no era más que una construcción en la que solo quedaban los cimientos, no sería algo que pudiera entender. Sinceramente nunca me esperé estar reviviendo recuerdos perdidos, mucho menos que estos fueran sobre mi hija fallecida, y el hombre que terminó siendo caso de homicidio. La situación era tan descabellada, como si mi propia mente lo uniera todo tratando de que viera la realidad desde un principio. Queriendo que supiera mi verdad desde aquella otra vida creada, me dio los factores necesarios y, aún así, no pude ver las pistas a tiempo. No lo sola por lo menos.

Pasé mis manos sobre mi cabeza, masajeando mi cuero cabelludo mientras que caminaba de un lado a otro.

La habitación se mantenía entre la espesa oscuridad que había perdurado desde antes. Ni siquiera me molestaba en encender la luz, mis ojos se habían acostumbrado tanto a ella, que ya no le veía sentido iluminar el espacio.

No sabía cómo ibas a reaccionar.— dijo la silueta detrás de mí— Pero no creí que lo tomarías tan bien.

— Aún lo estoy procesando.— contesté, dándome media vuelta para mirarlo— Todavía no puedo creerlo.

Aún podía escuchar su último grito, el gran «no» retumbaba en mis oídos como si hubiera sido oído ese día y no casi nueve meses atrás. El calor de fuego permanecía en la parte delantera de mi cuerpo; mi mano todavía podía sentir el peso del mechero, por mis fosas nasales seguía el olor a combustible... mis ojos continuaban viendo las inmensas llamaradas que consumían el cuerpo de ese hombre.

Después de todo no eres tan buena como creías.

Sonreí por su comentario.

— No todo el mundo es bueno, no hay nadie santo en esta tierra.

Estoy de acuerdo contigo, todos tienen algo oscuro en su interior.

Negué con la cabeza, tenía razón pero no era el momento para irnos del tema.

Mi mente no estaba completamente clara y, a pesar de todo, algunos recuerdos se mantenían ocultos. Quería seguir por ese grandioso camino qué habíamos iniciado, necesitaba recuperar mi memoria, y sabía que el portador de esos elegantes y bonitos ojos rojos sería el único que podría ofrecerme lo que estaba buscando.

— ¿Qué sucedió después de que saliera de esa casa?— indagué, queriendo saber más.

No lo sé, hay una laguna luego de eso. Es como si hubieses cerrado los ojos, y cuando los abriste ya estabas aquí… es confuso, ¿Sabes? Ni siquiera yo soy capaz de recordarlo.

— ¿O sea que no hay más?— el negó— Eso es imposible.

Alejandra, entiende que...

— ¿Qué tengo que entender?— le cuestioné alzando mis brazos— ¿Que sigo como antes solo porque mi estúpido cerebro así lo quiere?

Te equivocas, no sigues como antes. Ahora sabes la razón por la cual estás aquí.

— ¿Y de qué me sirve ese dato? ¿Acaso eso me ayudará a salir de este mugroso lugar? No, ¿Verdad? Así que no trates de hacerme creer que el recordar cómo murió mi hija y cómo me convertí en homicida cambia algo de mi realidad.

Con el tiempo sabrás que...

— ¡No! Ya no lo digas.— lo interrumpí— Ya estoy harta de escucharte hablar sobre el futuro, ¿Qué hay del presente?

Todavía no estás lista.— se limitó a contestar.

Largué una carcajada sin gracia.

— ¿No será al revés?

¿Qué quieres decir?

— Que, tal vez, el que no está listo eres tú.— opiné, cruzándome de brazos— ¿Temes que, una vez que salga de aquí, te olvide?

Yo, no...

— Ya no quieres estar solo, ¿No es así? No me cuentas todo lo que sabes porque si lo haces no podrás continuar jugando conmigo.

No sabes lo que dices.

— Claro que sí sé. Estás en mi contra y no quieres que sepa la verdad.

¡Eso no es así!— exclamó, y el rojizo de sus ojos brillaron con más intensidad.— Sólo quiero protegerte.— dijo en voz baja— Si no te cuento de esas cosas es porque no las sé.

Fruncí el ceño.

¿En serio no sabía nada?

Se suponía que él estaba dentro de mi cabeza, por lo tanto tenía acceso a todos los momentos que había vivido hasta ese entonces. ¿Acaso mi mente también lo hacia a un lado como a mí?

A no ser que...

— Estás mintiendo.

¿Qué?

— Me estás ocultando cosas. Ya no me mientas y deja de tratarme como a una niña. Soy fuerte ¡Asesiné a alguien!

Nadie negó tu fortaleza, sé que eres valiente y puedes con todo lo que te propongas.

— ¿Entonces por qué no me dices la verdad?

¿Vas a desconfiar de mí, Alejandra? — preguntó y noté cierta decepción en su voz— ¿No he hecho suficiente ya para demostrarte que soy tu amigo?

— Es que...

Si no te digo las cosas es porque no las sé.— me cortó, repitiendo las mismas palabras que antes— Te mostré dos recuerdos que son fundamentales y haces que parezcan insignificantes.

— Porque lo son.

No, porque ahora lo puedes usar a tu favor,— mencionó— El conocer cómo ocurrió el accidente puede ayudarte, si el doctor Ed lo sabe dirá que es un avance.

¿Estaba hablando en serio? ¿Cómo podría ser de utilidad algo así? Solo dejaría a la vista, una vez más, lo mal madre que fui, sin mencionar lo vengativa que era.

— ¿Crees que funcioné?— indagué no muy segura.

Sí...— él suspiró— Escúchame, Alejandra, si quieres saber sobre tu estadía en este lugar puedes preguntarme. Lo demás, no tengo consciencia de ese asunto.

¿De qué me serviría saber sobre mi comienzo en el psiquiátrico? Solo me deprimiría más el descubrir que tan sola estaba, porque una cosa era pensar que nadie se preocupaba por mí y que no habían ido a visitarme durante esos meses, otra muy diferente era que alguien más me lo confirmara. Aun así supuse que no me vendría mal recaudar más información.

— Está bien.— asentí.

Diría que estaba feliz pero no era así, en realidad estaba frustrada.

Aunque hubiera sabido un poco de mi historia, me sentía igual que al comienzo. Muchas veces pedí saberla, pero cuando la obtuve solo me trajo más preguntas sin respuestas. No sabía cómo había llegado a ese lugar, solo la razón y eso no era mucho o algo que pudiera crear un gran cambio. Si siquiera las palabras de la silueta me hacían pensar en otra cosa, por más que Ed supiera que ya lo recordaba no haría nada más que no fuera anotarlo en mi historial médico y ya. No era como si después de ese relato me dejarían libre y mis problemas se resolverían, todo permanecería igual porque no habían mejoras en mí. Además, ¿Qué sucedía si el doctor me preguntaba sobre lo que había pasado después de salir de la casa de Andrew? ¿Qué le diría? Que tenía una laguna mental y que no sabía nada respecto a ese asunto, tampoco sobre cómo había encontrado la dirección de ese hombre.

Necesitaba conocer más sobre mi vida pasada, sino de nada me serviría contar que sabía la razón por la cual me habían internado.

Era exasperante solo saber la mitad de las cosas, si quería entender la realidad en la que estaba viviendo en ese momento entonces debía de tener conocimiento de absolutamente todo. No podía seguir con lo mismo y esperar hasta que la silueta dijera que ya estaba lista para afrontarlo, tenía que ser yo quien eligiera cuándo hacerlo. No importaba que él se presentara como mi amigo y asegurara que solo quería protegerme, ya era tiempo de quitarme la venda de mis ojos y ver la crueldad del mundo exterior. No podía continuar metida en ese círculo sin salida, en donde solo podía esperar a que alguien marcara otro camino para avanzar.

Era Alejandra Cabrera y, con o sin ayuda, llegaría a mi verdad.

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